No sea tropiezo
“Por lo cual, si la comida le es a mi hermano ocasión de caer, no comeré carne jamás, para no poner tropiezo a mi hermano”.
1 Corintios 8:13
La iglesia de Corinto era una congregación viva, pero profundamente inmadura. Estaban rodeados de una cultura pagana, llena de ídolos, templos y prácticas que se mezclaban con la vida diaria. Cuando Pablo escribe esta carta, está corrigiendo problemas de división, orgullo, inmoralidad, uso desordenado de los dones espirituales y conflictos relacionados con la libertad cristiana. En el capítulo 8, Pablo aborda una pregunta específica: ¿Es lícito comer carne sacrificada a los ídolos? Teológicamente, sí. Los ídolos no son nada. Cristo nos ha hecho libres. Sin embargo, Pablo apunta a un principio más profundo: mi libertad no es más importante que el crecimiento espiritual de mi hermano o hermana. Si algo que yo hago confunde, hiere o debilita a otro creyente, mi obligación es renunciar a ese derecho por amor.
En nuestra cultura también hay cosas que podemos hacer con buena conciencia, pero que no debemos hacer cuando se convierten en tropiezo. A veces no es el acto en sí, sino el impacto en el corazón de alguien más. Quizá usted se siente libre de disfrutar algo que la Biblia no prohíbe —cierto tipo de música, entretenimiento o uso de redes sociales— y para usted no representa ninguna complicación espiritual. Pero al compartir esa libertad con un creyente joven que viene de un trasfondo donde esas mismas cosas lo alejaron de Dios, puede sin querer reabrir heridas, confundir límites o empujarlo a regresar a prácticas que el Señor ya estaba sanando en su vida. Lo que para usted es libertad, para él puede ser una piedra de tropiezo.
A veces también pensamos que estamos “solo bromeando”, pero para un recién convertido que está aprendiendo a confiar en Dios, escuchar comentarios sarcásticos o críticas livianas sobre líderes, ministerios o decisiones de la iglesia puede minar su fe. Lo que para usted es humor, para otro es una razón para dudar, desanimarse o distanciararse. La lengua, incluso en tono ligero, puede convertirse en una barrera para alguien que apenas está dando sus primeros pasos espirituales.
Hay ocasiones en que compartimos lo que sabemos de la Biblia de manera orgullosa o competitiva sin darnos cuenta. Un hermano o hermana que apenas está comenzando puede sentirse inferior, inútil o desmotivado para estudiar la Biblia, pensando que jamás alcanzará ese nivel de entendimiento. La meta de nuestro conocimiento debe ser edificar, no impresionar; animar, no intimidar. A veces la actitud que acompaña nuestro conocimiento pesa más que las palabras mismas.
Y en la vida de la iglesia, pequeños roces, indirectas, favoritismos o comentarios fuera de lugar pueden confundir a los jóvenes y a los nuevos creyentes. Ellos no conocen la historia detrás; solo ven división. Y esa división se convierte en un obstáculo real para ver el amor de Cristo reflejado en Su pueblo. Nada apaga más rápido el deseo de crecer que una iglesia donde se perciben tensiones innecesarias.
Pablo nos enseña que la madurez cristiana no se mide por cuántas libertades tenemos, sino por cuántas estamos dispuestos a entregar por amor. Nuestro estándar no es la pregunta “¿Tengo derecho a hacerlo?”, sino “¿Acerca esto a mi hermano a Cristo?”. La vida cristiana es una vida de consideración, de sensibilidad y de sacrificio voluntario. Cuando vivimos así, no solo evitamos poner tropiezo, sino que literalmente nos convertimos en escalones que ayudan a otros a subir, crecer y conocer más al Señor. Ese es el corazón de 1 Corintios 8: amar lo suficiente como para renunciar a mí mismo para que otro pueda ver mejor a Cristo.
Video de hoy: https://youtu.be/aTw0qHToljk
Leer: 1 Corintios 5-8; Proverbios 30-31
En 1 Corintios 7, Pablo hace distinción entre un mandamiento del Señor y un consejo propio. ¿En qué tema hace esta distinción?
