Cuando la debilidad abre la puerta al poder de Dios

“Saulo se levantó del suelo, y abriendo los ojos, no veía a nadie; así que, llevándole por la mano, le metieron en Damasco, donde estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió… y habiendo tomado alimento, recobró fuerzas”.

Hecho 9:8-9; 19


Cuando pensamos en Saulo de Tarso antes de su encuentro con Cristo, vemos a un hombre fuerte, seguro de sí mismo, influyente y autosuficiente. Era fariseo instruido, celoso hasta el extremo y respaldado por la máxima autoridad religiosa. Nadie lo detenía. Iba camino a Damasco lleno de poder humano… y precisamente en ese momento de mayor orgullo y control estaba yendo directamente en contra de Dios.


Entonces vino la luz que lo derribó, la voz que lo confrontó, y de pronto el gran Saulo quedó ciego, débil y completamente dependiente. Tuvo que ser llevado de la mano como un niño pequeño. Tres días sin ver, sin comer ni beber, en total oscuridad. El hombre que antes no necesitaba a nadie ahora ni siquiera podía valerse por sí mismo. Y es exactamente en esa posición de absoluta fragilidad donde Dios decidió realizar la obra más grande de su vida.


Porque cuando Ananías llegó, enviado por el Señor, no encontró al Saulo arrogante que aterrorizaba a la iglesia. Encontró a un hombre quebrantado, humillado, ciego y hambriento… y, por primera vez, verdaderamente dispuesto a escuchar. En su debilidad ya no había argumentos, ni orgullo, ni fuerza propia. Solo había necesidad. Y en ese preciso instante Dios pudo hablarle, sanarle y llenarle del Espíritu Santo.


Muchas veces nos irritamos cuando la vida nos coloca en situaciones que exponen nuestra debilidad: una enfermedad, una crisis económica, un fracaso, una traición o cualquier momento en que necesitamos que alguien nos tome de la mano. Nos avergonzamos, nos enojamos y queremos salir cuanto antes. Pero ¿y si esos días de ceguera son los que Dios está usando para prepararnos para lo que desea hacer después?


La autosuficiencia nos aleja de Él.

La debilidad nos acerca.

Saulo tuvo que perder la vista para poder ver de verdad.

Tuvo que ser llevado de la mano para después guiar a multitudes al evangelio.

Tuvo que ayunar y experimentar sed física para luego saciar a naciones con el Pan de Vida.


No desprecie los procesos que lo humillan ni rechace las temporadas en que se sienta ciego y sin fuerzas. Tal vez el Señor lo está llevando de la mano hacia su propio Damasco para encontrarse con usted en su punto más bajo y decirle: “Ahora sí está listo para lo que tengo preparado”.


Porque el poder de Dios se perfecciona en nuestra debilidad, y muchas veces la mayor obra de nuestra vida comienza el día en que dejamos de ser fuertes… y permitimos que Él sea todo en nosotros.


2 Corintios 12:9-10 - “Y me ha dicho: Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”.


Leer: Hechos 9-10; Proverbios 19

¿Cómo entendieron que Dios no hace acepción de personas?