El secreto de la verdadera felicidad
“Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis”.
Juan 13:17
La última cena no fue solamente una comida; fue un aula de enseñanza. Nuestro Señor sabía que la cruz estaba a solo unas horas de distancia, y aun así, en medio de ese ambiente solemne, decidió dar a Sus discípulos una de las lecciones más profundas de la vida cristiana. Jesús se levantó de la mesa, se quitó Su manto, tomó una toalla y comenzó a lavar los pies de Sus discípulos. Era el acto de un siervo, no de un rey. Sin embargo, el Rey de reyes se inclinó para servir.
Aquella escena es más que un ejemplo de humildad externa; es una revelación del corazón de Cristo. Él, quien tenía toda autoridad en el cielo y en la tierra, escogió demostrar amor a través del servicio. Después de terminar, les dijo: “¿Sabéis lo que os he hecho?” (Juan 13:12). Y luego añadió: “Pues si Yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros” (v. 14). Jesús no estaba hablando solo de limpiar pies, sino de limpiar actitudes — de cultivar un corazón dispuesto a servir, perdonar y amar.
Y entonces pronunció una verdad que resume toda la enseñanza: “Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis”. En otras palabras, la bendición no está en saber lo que es correcto, sino en hacerlo. Saber no transforma; obedecer sí.
El apóstol Santiago confirma esta misma idea cuando escribe: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Santiago 1:22). Muchos creyentes viven engañados, pensando que escuchar o conocer la verdad es suficiente. Participan en la iglesia, leen la Biblia, asienten con la cabeza ante las enseñanzas del Señor… pero no las practican. Y por eso carecen del gozo que solo la obediencia puede traer.
Jesús dijo que la verdadera felicidad —esa bienaventuranza profunda que viene de Dios— pertenece a los que ponen en práctica Su Palabra. Obedecer no siempre es fácil, pero siempre es bendito. Cada mandamiento divino fue dado no para limitarnos, sino para protegernos y hacernos felices. Cuando servimos con humildad, cuando perdonamos en lugar de guardar rencor, cuando damos en lugar de exigir, cuando amamos incluso a quien no lo merece, entonces experimentamos esa alegría estable que el mundo jamás podrá ofrecer.
La infelicidad espiritual muchas veces proviene de una sola causa: sabemos lo que Dios quiere que hagamos, pero no lo hacemos. Vivimos inquietos, frustrados o vacíos porque la obediencia es la llave que abre la puerta al gozo. Jesús no solo enseñó el camino; Él lo vivió. Sirvió, se humilló y obedeció hasta la muerte.
¿Hay algo que usted ya sabe que el Señor le ha pedido, pero que todavía no ha obedecido? No espere más. Dé el paso hoy. En el momento en que obedezca, descubrirá que la verdadera felicidad no está en el saber, sino en el hacer.
Leer: Lucas 22; Juan 13; Proverbios 10
Cuando Jesús le dijo a Pedro que Satanás había pedido zarandearlo como a trigo (Lucas 22:31), ¿qué nos revela eso acerca de la batalla espiritual invisible que rodea a los creyentes? ¿Y qué consuelo encontramos en las palabras de Jesús: “Pero Yo he rogado por ti”?
