Siguiendo de lejos
“Y Pedro le seguía de lejos hasta dentro del patio del sumo sacerdote; y estaba sentado con los alguaciles, calentándose al fuego”.
Marcos 14:54
En el relato de la pasión de Cristo, Pedro representa a muchos de nosotros. Él había prometido lealtad absoluta al Señor, declarando que nunca Lo negaría, aun si tuviera que morir con Él. Sin embargo, en el momento de la prueba, Pedro optó por seguir a Jesús de lejos. Esta distancia física simboliza una separación espiritual que puede infiltrarse en el corazón del creyente cuando el miedo, la presión social o las circunstancias adversas amenazan nuestra identificación con Cristo.
Seguir a Jesús de lejos implica una fe tibia, un compromiso a medias. Pedro se encontraba en el patio del sumo sacerdote, entre los enemigos de su Maestro, calentándose al fuego en lugar de estar al lado de Aquel que era la Luz del mundo.
¿Cuántas veces hacemos lo mismo? En el trabajo, en la familia o en el círculo social, preferimos mantener una distancia segura para evitar el rechazo o el ridículo. Nos contentamos con una relación superficial con Cristo, asistiendo a los cultos, leyendo la Biblia ocasionalmente, pero sin permitir que Su presencia transforme radicalmente nuestra vida diaria. Esta actitud no solo debilita nuestra comunión con Él, sino que nos expone a la tentación de negarlo con nuestras palabras y acciones, tal como le ocurrió a Pedro esa noche fatídica.
La Escritura nos exhorta a seguir a Jesús de cerca, con un compromiso total y sin vergüenza. El apóstol Pablo declara: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1:16). Seguir de cerca significa caminar en obediencia diaria, identificándonos abiertamente con Cristo en todo momento. Implica priorizar Su Reino por encima de las comodidades terrenales, hablar de Él con valentía y vivir de manera que otros vean Su luz en nosotros. Jesús mismo nos advierte: “Porque a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 10:33). No hay lugar para la distancia en el discipulado auténtico; Él demanda todo nuestro corazón, alma y mente.
La historia de Pedro no termina en fracaso. Después de su negación y el arrepentimiento amargo, el Señor lo restauró plenamente, comisionándolo para apacentar Sus ovejas (Juan 21:15–17). Esto nos enseña que, aunque podamos fallar en momentos de debilidad, la gracia de Dios nos invita a acercarnos nuevamente. Él no rechaza al que se humilla y regresa con sinceridad. Siguiendo de cerca a Jesús, experimentamos Su poder transformador, Su paz inefable y la alegría de una vida rendida por completo.
¿Está usted siguiendo a Jesús de lejos, manteniendo una distancia cómoda para evitar el costo del discipulado? ¿O se identifica plenamente con Él, sin importar las consecuencias? Acérquese a Su presencia con audacia; Él es fiel para sostenerlo y fortalecerlo en el camino.
Leer: Mateo 26; Marco 14; Proverbios 9
Durante el arresto de Jesús, ¿qué milagro realizó y cómo demostró ese acto Su compasión aun hacia quienes venían a capturarlo?
