El Salvador lleno de compasión

"Jesús lloró".

Juan 11:35


Imagina por un momento el polvo de los caminos polvorientos de Galilea, el bullicio de las multitudes agotadas y el peso de un mundo roto. En medio de eso, aparece Jesús: plenamente hombre, con pies cansados y corazón latiendo al ritmo humano; plenamente Dios, con poder para calmar tormentas y resucitar muertos. Esta dualidad no es un misterio abstracto, sino la esencia de su compasión. Como hombre, Él sentía el hambre en el desierto (Mateo 4:2), el dolor de la traición de un amigo (Juan 13:21) y las lágrimas por la muerte de Lázaro —“Jesús lloró”—. Como Dios, transformaba ese sufrimiento en salvación eterna. “Pero tú, Señor, eres Dios compasivo y clemente, lento para la ira, y grande en misericordia y verdad” (Salmos 86:15). ¡Qué Salvador tan accesible y poderoso a la vez!


La compasión de Jesús no era un sentimiento pasajero; era acción divina encarnada. Recuerda a la viuda de Naín, cuyo hijo único había muerto. La procesión fúnebre avanzaba en silencio roto por sollozos. Jesús, al verla, “se compadeció de ella” y dijo: “No llores” (Lucas 7:13). No era mera empatía; era Dios interviniendo en el dolor humano. Tocó el féretro —un acto impuro para los judíos— y resucitó al joven. Aquí vemos al Hombre de dolores (Isaías 53:3) que entiende nuestra pérdida, y al Dios eterno que vence la muerte. O piensa en la mujer sorprendida en adulterio (Juan 8:1-11). Los fariseos la usaban como trampa, pero Jesús, agachado en el suelo, escribió algo misterioso y declaró: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra”. Uno a uno se fueron, y Él, el único sin pecado, le dijo: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más". Compasión que perdona, restaura y transforma.


Hoy, en el siglo XXI, con nuestras agendas saturadas, ansiedades por el trabajo, relaciones rotas o enfermedades inesperadas, ¿crees que a Dios le importan solo las “grandes” cosas? ¡Absolutamente no! Jesús, el mismo ayer, hoy y por los siglos (Hebreos 13:8), se interesa por todos los detalles de tu vida. Él contó los cabellos de tu cabeza (Mateo 10:30) y conoce tus pensamientos antes de que los expreses (Salmos 139:2). Cuando oras por un estacionamiento en un día estresante, por consuelo en una noche de insomnio o por sabiduría en una decisión pequeña, Él escucha. Su compasión no se diluye en la eternidad; se intensifica porque, como hombre, vivió nuestras limitaciones, y como Dios, las trasciende.


En un mundo que mide el valor por logros y likes, la compasión de Jesús nos invita a descansar. Él no te pide perfección; te ofrece su yugo suave (Mateo 11:28-30). Piensa en Pedro, que lo negó tres veces en la noche más oscura. Jesús no lo descartó; lo restauró con tres preguntas de amor:«¿Me amas? (Juan 21:15-17). Así es con nosotros: en nuestras fallas diarias, Él ve el potencial redimido.


¿Qué detalle de tu vida hoy sientes que es “demasiado pequeño” para Dios? Llévalo a Él en oración. Imagina a Jesús, el Dios-hombre, mirándote con ojos de ternura, diciendo: "Venid a mí".


Video de hoy: https://youtu.be/NyaM3VtAMnM


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