Cuando las posesiones poseen a uno
En Lucas 14:26 y 33, Jesús declara con autoridad: “Si alguno viene a Mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser Mi discípulo. [...] Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser Mi discípulo”. Estas palabras no son una invitación a despreciar a nuestros seres queridos o a vivir en pobreza absoluta, sino un llamado profundo a examinar qué ocupa el primer lugar en nuestro corazón. Jesús nos desafía a renunciar a todo aquello que nos posee, que controla nuestros pensamientos, decisiones y afectos, impidiéndonos seguirle con un corazón entero.
No es que Jesús esté en contra de que tengamos posesiones o relaciones. Él, quien creó todas las cosas, sabe que los bienes materiales y las bendiciones terrenales pueden ser disfrutados bajo Su señorío. Sin embargo, cuando nuestras posesiones nos poseen—cuando nuestro deseo de adquirir, retener o proteger cosas materiales se convierte en el motor de nuestra vida—nos alejamos del propósito para el cual fuimos creados: amar a Dios sobre todas las cosas y seguir a Cristo sin reservas. Un corazón dividido, atrapado por el amor al dinero, la comodidad o el estatus, no puede rendirse plenamente al llamado de Jesús.
El contexto de estos versículos nos muestra que seguir a Cristo exige un compromiso radical. Renunciar no significa siempre deshacernos de todo, sino soltar el control que esas cosas ejercen sobre nosotros. Es decidir que nada—ni riquezas, ni ambiciones, ni seguridades terrenales—tendrá mayor prioridad que Él. Jesús nos invita a vivir libres, no esclavizados por el deseo de poseer, sino guiados por el deseo de agradar a Dios. Cuando nuestro corazón está anclado en Él, las posesiones pierden su poder sobre nosotros, y podemos usar lo que Él nos da para Su gloria.
¿Cómo sabemos si algo nos posee? Reflexionemos: ¿Qué nos quita la paz cuando lo perdemos? ¿Qué ocupa nuestros pensamientos más que Dios? Renunciar a estas cosas no es un acto de privación, sino de liberación. Al soltar lo que nos ata, encontramos la verdadera riqueza: una vida entregada a Cristo, donde Él es nuestro mayor tesoro.
¿Hay alguna posesión, ambición o relación que esté ocupando el lugar que le pertenece a Cristo en su corazón? ¿Qué paso puede dar hoy para poner a Jesús en el centro?
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Leer: Lucas 14-15; Proverbios 27
¿Por qué no debe buscar el mejor lugar en el banquete?
