Cuando la tradición cruza la línea

“¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición?” 

Mateo 15:3


Los fariseos se indignaron con Jesús y Sus discípulos. Habían notado algo que les parecía escandaloso. Los discípulos comían sin realizar el lavado ceremonial de manos que la costumbre judía requería. Para los líderes religiosos, esto era una clara señal de falta de respeto y desobediencia. Vinieron a Jesús con lo que parecía una pregunta justa: “¿Por qué vuestros discípulos quebrantan la tradición de los ancianos?”


Pero la respuesta de Jesús atravesó siglos de costumbres religiosas: “¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición?” En una sola pregunta, Él expuso algo peligroso: la posibilidad de que nuestras tradiciones bien intencionadas nos alejen de la obediencia a Dios.


La tradición en sí misma no es enemiga. Muchas tradiciones comenzaron como expresiones de fe y obediencia. El problema surge cuando la tradición se convierte en autoridad, cuando valoramos más el “siempre se ha hecho así” que la enseñanza clara de la Escritura. Eso fue lo que sucedió con los fariseos. Sus costumbres, originalmente destinadas a honrar a Dios, terminaron reemplazando Su Palabra.


Debo admitir que esta advertencia me toca muy de cerca. Es fácil para mí—y tal vez para usted también—confundir lo familiar con lo correcto. A veces seguimos ciertos patrones en nuestras iglesias o hogares, no porque sean bíblicos, sino porque “siempre se ha hecho así”. Y, antes de darnos cuenta, dejamos de preguntarnos lo más importante: ¿Es esto lo que Dios realmente manda?


A veces nuestra cultura eclesiástica se centra más en comodidad que en convicción. Podemos preferir ciertas rutinas, horarios o programas simplemente porque nos resultan familiares. Pero cuando nuestra comodidad se vuelve más importante que nuestro llamado, corremos el riesgo de ser como los fariseos—protegiendo la tradición mientras descuidamos la Gran Comisión.


Otras veces confiamos en la familia y la herencia. Muchos de nosotros hemos heredado hermosas tradiciones cristianas de nuestros padres y abuelos. Pero debemos recordar que la fe no puede transmitirse como una receta familiar. Cada generación debe volver a la Biblia y alinear su vida y adoración con la Palabra de Dios. La tradición debe señalar la verdad, no reemplazarla.


Incluso en nuestro camino personal con Dios, podemos caer en el tradicionalismo. Tal vez leemos el mismo pasaje cada mañana, oramos de la misma manera o asistimos a cada servicio, pero nuestro corazón se ha vuelto distante. Los fariseos hacían todo correctamente de manera externa, pero perdieron a Dios mismo. A veces, renovar nuestra obediencia significa permitir que Dios refresque el por qué detrás del qué.


Cuando Jesús puso a un niño delante de Sus discípulos en Mateo 18:2–3 y dijo: “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”, recordó a ellos—y a nosotros—que la humildad y la disposición a aprender son marcas de la fe genuina. Un niño no se aferra a la tradición; un niño confía y obedece.


Entonces, la pregunta vuelve a nosotros: ¿Somos lo suficientemente humildes para permitir que la Palabra de Dios nos corrija, aun si eso significa dejar de lado lo que siempre hemos hecho? ¿Estamos dispuestos a examinar cada práctica, cada preferencia y cada “hábito de iglesia” a la luz de la Escritura?


No es fácil enfrentar esta pregunta, pero es necesario. Jesús no estaba confrontando solo a los fariseos—nos invitaba a todos a examinar si nuestras tradiciones se han convertido en sustitutos de la obediencia.


Que seamos personas que nos aferremos a la Palabra de Dios, incluso cuando desafíe lo familiar. Y que tengamos el valor de cambiar cuando la verdad nos muestre que hemos estado aferrados a algo que no es Su mandamiento.


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Leer: Mateo 15; Marcos 7; Proverbios 19

En ambos capítulos, Jesús viaja a la región de Tiro y Sidón. ¿Qué milagro sucede allí?