Cristianismo real

En Lucas 11, Jesús nos muestra cómo es el verdadero cristianismo. No se trata de una apariencia externa ni de una religión vacía; se trata de una vida transformada desde adentro hacia afuera, marcada por la oración, la obediencia y la autenticidad.


Todo comienza con la oración. Cuando los discípulos le pidieron a Jesús que les enseñara a orar, Él les dio lo que conocemos como el Padre Nuestro, un modelo lleno de alabanza, humildad, dependencia y entrega. La verdadera oración empieza reconociendo quién es Dios: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre”. Reconoce Su autoridad y busca Su voluntad por encima de la nuestra: “Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. Depende de Él cada día: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy". Pide perdón y extiende perdón a los demás: “Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben”. Y busca Su protección ante la tentación y el mal: “Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal".


Jesús continúa enseñando sobre la persistencia en la oración. Habla de un hombre que toca la puerta de su amigo a medianoche hasta recibir lo que necesita, recordándonos que Dios no se molesta con nuestra insistencia; Él se agrada de ella. Quiere que Sus hijos se acerquen con confianza y fe. El cristianismo real sigue orando, sigue pidiendo, sigue confiando, porque sabe que Dios se deleita en dar buenas cosas a quienes se lo piden. “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?”


Pero el cristianismo real no se detiene en la oración; nos lleva a la obediencia. Jesús advierte que una persona que limpia su vida pero no la llena con la Palabra de Dios y la obediencia sigue siendo vulnerable. “Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan”. La oración sin obediencia es solo emoción vacía; la obediencia sin oración es solo deber sin vida. El cristianismo real combina ambas cosas: busca a Dios en oración y vive Su Palabra cada día. Es una relación que produce transformación, no actuación.


Finalmente, el cristianismo real consiste en ser genuino. Más adelante en el capítulo, Jesús denuncia la hipocresía de los fariseos. Ellos cuidaban el exterior —lavaban los vasos, daban diezmos, cumplían reglas—, pero sus corazones estaban llenos de orgullo y avaricia. Jesús les dice: “Pero, ¡ay de vosotros, fariseos! que limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de rapacidad y de maldad”. La fe verdadera no se trata de apariencias, sino de autenticidad. Es un corazón limpiado por la gracia, no una reputación construida por la religión. El exterior debe reflejar lo que ya es verdadero en el interior: una vida rendida a Dios.


El cristianismo real no se trata de ser perfecto, sino de ser genuino. Ora con sinceridad, obedece con fidelidad y vive con honestidad delante de Dios y de los demás. Busca Su presencia, escucha Su voz y permite que Su Espíritu transforme todo en su interior. Cuando el corazón está bien con Dios, el exterior naturalmente lo reflejará.


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Leer: Lucas 11; Proverbios 13

Cuando Jesús expulsó un demonio y algunos dijeron que lo hacía por Beelzebú, Él respondió que un reino dividido contra sí mismo no puede permanecer. ¿Qué nos enseña esto sobre la importancia de mantener nuestro corazón, nuestra familia y nuestra iglesia espiritualmente unidas bajo el señorío de Cristo?