Cristo ama a los niños

“Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe”.

Mateo 18:5


En el corazón del Evangelio de Mateo encontramos a Jesús desafiándole con una verdad sencilla pero profunda: recibir a un niño en Su nombre es recibirle a Él mismo. Este versículo no es solo una invitación, sino un mandato que confronta sus prioridades y pone a prueba la autenticidad de su amor. Jesús, el Rey de reyes, no señala a los poderosos ni a los ricos como los más dignos de nuestro afecto, sino a los niños, aquellos que, a los ojos del mundo, muchas veces no tienen nada que ofrecer.


Piense por un momento en un niño. No posee riquezas, no tiene influencia, no puede devolver favores con bienes materiales. Sin embargo, ¿quién no ha sentido su corazón derretirse ante la risa pura de un pequeño o la confianza inquebrantable con la que extiende sus brazos hacia usted? Amar a los niños, como Jesús lo hace, es un recordatorio de que el amor genuino no busca recompensas. Es un amor que da sin esperar, que encuentra gozo en la simpleza de una sonrisa, en la ternura de una mirada, en la sinceridad de un corazón puro.


Pero este pasaje le confronta con una pregunta incómoda: ¿realmente ama usted como Cristo ama? A menudo, nuestro amor está condicionado. Amamos a quienes nos benefician, a quienes nos hacen sentir importantes, a quienes tienen algo que ofrecernos. Pero Jesús le desafía a mirar más allá. Le llama a amar a los que el mundo considera insignificantes, a los que no tienen nada que darle a cambio. Los niños, con su vulnerabilidad y dependencia, son un reflejo de aquellos a quienes Jesús le llama a servir: los marginados, los olvidados, los que no tienen voz.


Amar como Cristo ama es un acto de valentía. Requiere que usted deje de lado su orgullo, sus agendas y sus expectativas. Es fácil amar a los que le alaban, pero ¿qué hay de aquellos que solo pueden ofrecerle una mano pegajosa o un dibujo sencillo? ¿Qué hay de aquellos que, como los niños, no pueden devolverle el favor? Jesús le dice que al recibirlos, al amarlos, usted está recibiendo y amando al mismísimo Salvador.


Hoy, deténgase y reflexione: ¿cómo está usted recibiendo a los “niños” en su vida? No solo a los pequeños en edad, sino a todos aquellos que el mundo pasa por alto. ¿Está dispuesto a abrir su corazón, a dar sin esperar nada a cambio, a encontrar gozo en el simple acto de amar? Que el Espíritu Santo le convenza y le mueva a amar como Jesús ama, con un amor que no calcula, que no discrimina, que no busca recompensa, sino que refleja el corazón del Padre.


Tome un momento para identificar a una persona en su vida que, como un niño, puede parecer “insignificante” a los ojos del mundo. ¿Cómo puede usted mostrarle el amor de Cristo esta semana? Escriba una acción concreta y pídale a Dios que le dé la oportunidad y el valor de llevarla a cabo.


Video de hoy: https://youtu.be/VSJY8RIqkn8


Leer: Mateo 18; Proverbios 22

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