Llamado por nombre

“Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico, procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura. Y corriendo delante, subió a un sicómoro para verle; porque había de pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa”.

LUCAS 19:2–5


¿Alguna vez ha sentido que Dios lo llama por su nombre? No un llamado general, sino personal… tan claro que no puede ignorarlo. Así fue el momento de Zaqueo: en medio de la multitud, Jesús levantó la mirada y pronunció su nombre. En ese instante, todo cambió.


En tiempos de Jesús, los cobradores de impuestos —o publicanos— eran vistos como traidores. Trabajaban para el imperio romano, cobrando impuestos a su propio pueblo. A menudo exigían más de lo establecido, quedándose con la diferencia. Roma les daba poder para hacerlo, y la gente los despreciaba profundamente. Eran considerados impuros, excluidos de la sinagoga y colocados al mismo nivel que los pecadores más notorios.


Zaqueo no era un cobrador cualquiera; era jefe de los publicanos en Jericó, una ciudad comercial muy rica por el comercio de bálsamos y especias. Su posición le daba autoridad sobre otros cobradores, lo cual le generaba una gran fortuna. Pero su nombre —Zaqueo, que significa “puro” o “inocente”— contrastaba con su vida. Era rico, poderoso y temido, pero no “puro” ante Dios.


A pesar de toda su riqueza, Zaqueo sentía un vacío. Había oído hablar de Jesús, de Su poder y de Su misericordia con los rechazados. Algo en su corazón anhelaba verlo. Pero había un obstáculo físico —era pequeño de estatura— y otro más grande: la multitud que lo despreciaba. Aun así, corrió y subió a un árbol de sicómoro. El sicómoro no era cualquier árbol; era un árbol de fruto sencillo, común entre los pobres. ¡Qué símbolo más hermoso! Un hombre rico, necesitado espiritualmente, se eleva sobre un árbol que alimentaba a los humildes para poder ver al Salvador.


Jesús llegó exactamente al lugar donde estaba Zaqueo. Miró hacia arriba y lo llamó por su nombre: “Zaqueo, date prisa, desciende”. Jesús no lo condenó, no lo ignoró; lo buscó. Aquel hombre que había trepado para ver fue visto por Cristo. Y cuando Jesús se invita a su casa, Zaqueo lo recibe con gozo. Ese día no solo abrió las puertas de su hogar, sino también las de su corazón. Su vida cambió. Su riqueza ya no era su tesoro. Prometió devolver lo robado y dar a los pobres. Su nombre —“puro”— finalmente coincidió con su nueva realidad: purificado por la gracia de Dios.


¿Está usted buscando algo más en su vida? Tal vez, como Zaqueo, tenga todo lo que el mundo ofrece, pero aún siente que algo falta. Jesús lo está llamando por nombre. Él le dice: “Date prisa, desciende… quiero entrar en tu casa, en tu vida”. Y si usted ya conoce a Jesús, ¿a quién está buscando? Zaqueo no habría conocido la salvación si Jesús no hubiera pasado por su camino. Hay muchos hoy que se han subido a sus propios “árboles” buscando esperanza. ¿Será usted quien los mire, los llame por nombre y los conduzca a Cristo?


Leer: Lucas 19; Proverbios 2

¿A quién podría usted mirar “hacia arriba”, como Jesús miró a Zaqueo, y llamarlo por nombre para guiarlo hacia Cristo? Anotar el nombre de alguien que necesita a Jesús.