Ningún mal hizo

“Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas este ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en Tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Lucas 23:40–43


En uno de los momentos más oscuros de la historia —la crucifixión de Cristo— observamos una escena de amor puro y un cuadro majestuoso de la gracia de Dios. Dos hombres colgaban junto a Jesús: ambos culpables, ambos enfrentando la muerte. ¿Puede imaginar esta escena? El paisaje, las tres cruces, la sangre, los golpes… la angustia, el dolor… una escena realmente cruel. Sin embargo, uno de ellos abrió su corazón y reconoció la verdad: que estaba recibiendo lo que merecía. Ese era el castigo justo, la muerte, mientras que Jesús era inocente. El verdadero Hijo de Dios estaba a su lado, sin culpa, pero recibiendo el mismo castigo.


Aquel hombre, quebrantado y sin esperanza, lleno de angustia y dolor, se atrevió a pronunciar una simple pero poderosa súplica: “Acuérdate de mí cuando vengas en Tu reino.” No pidió ser bajado de la cruz ni una segunda oportunidad en la tierra. Solo pidió ser recordado por el Salvador, porque reconoció que Aquel Hombre era el Hijo de Dios, el Salvador del mundo. En esa breve oración había arrepentimiento, fe y esperanza —y Jesús vio eso.


La respuesta del Señor fue inmediata y llena de gracia: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”. En un instante, aquel ladrón pasó de la condena a la salvación, de la culpa a la paz, de la cruz al cielo. Este encuentro revela el corazón misericordioso de Jesús, dispuesto a salvar incluso en el último momento.


“Porque de tal manera amó Dios al mundo”. Él nos entregó el regalo de salvación por medio de Su único Hijo. El ladrón no tuvo oportunidad de hacer buenas obras, pero fue salvo por su fe y arrepentimiento sincero. Jesús le ofreció perdón instantáneo, demostrando que la salvación es un regalo de gracia (Efesios 2:8–9).


Este pasaje muestra que mientras hay vida, hay oportunidad de salvación. No importa cuán oscuro haya sido el pasado, Jesús está dispuesto a perdonar a quien se vuelve a Él con fe. Ningún mal hizo, pero Su amor por usted le dio el regalo más grande: un regalo con el precio de Su sangre.


Cuando sienta que no tiene valor, recuerde el precio que Jesús pagó por usted. Ningún pecado es tan grande que la gracia de Dios no pueda otorgarle perdón. Si hoy se siente perdido, sin esperanza, abrumado o atormentado, recuerde lo que Él ya hizo por usted. Gócese en la salvación que ya le dio y sustente su espíritu en la presencia del Señor (Salmos 51:12).


Recuerde hoy: “Nadie está demasiado lejos del amor de Dios”. Comparta la verdad con otros; ayude a que otros también disfruten del amor, la gracia y la misericordia de Dios.


Leer: Lucas 23, Juan 18–19 y Proverbios 13

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