¿Qué haré, Señor?

“Y dije: ¿Qué haré, Señor? Y el Señor me dijo: Levántate, y ve a Damasco, y allí se te dirá todo lo que está ordenado que hagas”.

Hechos 22:10


El testimonio de Pablo camino a Damasco nos recuerda que el Señor es experto en interrumpir vidas y transformar destinos. Pablo no iba buscando a Jesús; su misión era exactamente la contraria. Iba decidido, convencido de su propia justicia, seguro de que estaba haciendo un bien. Y es justamente ahí, en medio de ese camino equivocado, donde Cristo lo alcanza con una luz más fuerte que el mediodía. Esta escena nos muestra que Dios no espera a que estemos listos, ni a que entendamos todo, ni a que caminemos en la dirección correcta. Él es quien toma la iniciativa y nos sale al encuentro con una gracia sorprendente.


Al caer al suelo, Pablo escucha una pregunta que no solo confronta sus acciones, sino su identidad: “¿Por qué Me persigues?” El encuentro con Jesús siempre revela nuestra verdadera condición. No es un juicio para destruirnos, sino una revelación que abre el camino al cambio. Cuando Cristo habla, mira nuestras motivaciones, corrige nuestras ideas equivocadas y nos muestra la realidad de nuestro corazón. Y aunque esa confrontación es incómoda, es necesaria para que podamos ser transformados.


La reacción de Pablo es la que marca el inicio de toda vida rendida: “¿Qué haré, Señor?”. No discute, no se justifica y no pregunta por qué ocurrió todo. Reconoce a Jesús como Señor y se dispone a obedecer. La fe verdadera siempre nace acompañada de un deseo de hacer la voluntad de Dios. Muchas veces, como a Pablo, el Señor no nos revela todo de inmediato. Jesús solo le dice que vaya a Damasco y allí se le explicaría lo demás. Dios guía paso a paso, no por falta de claridad, sino porque quiere que aprendamos a confiar en Él más que en nuestros propios planes.


En este pasaje vemos el poder de un encuentro con Jesús: nos detiene, nos confronta, nos guía, nos sana, nos llama y nos envía. Hoy Él sigue saliendo al encuentro de quienes caminan perdidos o distraídos. Que podamos responder como Pablo: con un corazón dispuesto a decir “Señor, ¿qué quieres que haga?”, confiando en que Su plan es siempre mejor que el nuestro.


Y lo hermoso de este capítulo es que Pablo está contando este testimonio años después, ya no como un perseguidor sorprendido en el camino, sino como un siervo que ha visto fruto eterno de aquel encuentro. Él narra esta experiencia ante una multitud hostil, pero con la certeza de que Dios transformó su historia para tocar la vida de muchos. Lo que comenzó como una interrupción divina en Damasco se convirtió en el inicio de un ministerio que alcanzó ciudades, familias, iglesias enteras y generaciones completas. Los “cambios de planes” de Dios no solo impactan nuestra vida; son herramientas para alcanzar a otros, mostrar Su gracia y seguir ampliando Su obra.


Que podamos recordar que cuando Dios interrumpe nuestros caminos, nunca es para destruir, sino para redirigir y multiplicar Su propósito en nosotros y a través de nosotros.


(No hay video hoy.)


Leer: Hechos 20–23; Proverbios 12

¿Cómo respondieron los romanos al darse cuenta de que Pablo también era romano?