¿Estoy juzgando a mi hermano?

“Así que, ya no nos juzguemos más los unos a los otros, sino más bien decidid no poner tropiezo u ocasión de caer al hermano”.

Romanos 14:13


La realidad en la vida, en la iglesia y en este mundo es clara: no todos somos creyentes igualmente fuertes en la fe o en la madurez espiritual. Romanos 14 nos confronta con una verdad que muchas veces pasamos por alto: dentro de la iglesia convivimos personas con diferentes niveles de madurez, distintos trasfondos y convicciones sobre asuntos que no son esenciales para la salvación. Pablo nos invita a recibir al débil en la fe, no para discutir con él ni para obligarlo a pensar como nosotros, sino para amarlo. El llamado no es a vencer en una discusión, sino a acoger en gracia. Cuando nuestras diferencias se convierten en orgullo para unos y en juicio para otros, perdemos de vista lo más importante: que Dios mismo nos ha recibido a todos por gracia.


El apóstol explica que mientras algunos se sienten libres para comer de todo, otros prefieren abstenerse. De igual manera, algunos distinguen ciertos días, mientras otros no les dan esa importancia. Pero el punto principal no es quién tiene razón, sino quién tiene el corazón en el lugar correcto. Pablo deja claro que tanto el que come como el que no come, y tanto el que distingue días como el que no, lo hacen “para el Señor”. Esto nos recuerda que lo que realmente importa no es solo la acción externa, sino la intención del corazón. Lo esencial es vivir con la conciencia de que nuestras decisiones deben honrar a Dios.


Es importante recordar que no somos jueces de nuestros hermanos. Cuando caemos en el error de juzgar, comenzamos a enfocarnos en sus fallas en lugar de mostrar amor. Intentamos moldearlos a nuestra imagen y asumimos que nuestra fe es mayor que la de ellos. Pero la realidad es otra: cada creyente está bajo el cuidado, la corrección y el amor de su propio Señor. Dios es poderoso para sostener a cada uno, aun en sus procesos de crecimiento.


La iglesia no es un tribunal donde se evalúa la espiritualidad, sino una familia donde aprendemos a tratarnos con la misma gracia con la que Cristo nos ha tratado. Vivir de esta manera evita conflictos innecesarios y nos permite experimentar unidad bajo el amor de Cristo.


Pablo concluye recordándonos una verdad poderosa: vivimos para el Señor y morimos para el Señor. Todo lo que somos y todo lo que hacemos le pertenece a Él. Cristo murió y resucitó para ser Señor de todos, y esa verdad debe reflejarse en nuestras actitudes: paciencia, amor, humildad y un celo por la unidad. Usted no es quien transforma a otros, ni quien los fuerza a conformarse a su manera de vivir. Esa obra le pertenece a Dios.


Hoy, este pasaje nos desafía a examinar nuestro corazón: ¿estamos recibiendo a los demás como Cristo nos recibió? ¿Usamos nuestra libertad para edificar o para mostrar orgullo? ¿Permitimos que nuestras convicciones personales se conviertan en barreras para la comunión? ¿Estamos juzgando lo que solo le corresponde al Señor?


Que este día recordemos: somos del Señor. Por lo tanto, vivamos como personas que le pertenecen y tratemos a los demás como aquellos que también han sido recibidos por Su gracia.


Video de hoy: https://youtu.be/Qo6BQD6S3oM


Leer: Romanos 14–16; Proverbios 11

¿Para qué vino Cristo?