La soberanía absoluta de Dios

“Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue Su consejero? ¿O quién le dio a Él primero, para que le fuese recompensado? Porque de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas. A Él sea la gloria por los siglos. Amén”.

Romanos 11:34-36


En estos versículos de la epístola a los Romanos, el apóstol Pablo nos invita a contemplar la soberanía inigualable de Dios. Él no requiere el consejo de nadie, ni depende de las provisiones humanas para cumplir Sus propósitos eternos. Como Creador y Sustentador del universo, Dios posee una sabiduría infinita que trasciende todo entendimiento humano. ¿Quién podría asesorarle o pretender enseñarle algo nuevo? Nadie, porque Él es el origen de toda sabiduría y conocimiento. Esta verdad nos humilla y, al mismo tiempo, nos inspira a confiar plenamente en Su dirección soberana.


Considere usted la pregunta retórica en el versículo 34: “¿Quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue Su consejero?” Estas palabras, inspiradas en Isaías 40:13–14, subrayan que Dios no necesita asesores. En un mundo donde los hombres buscan consejo en expertos, libros o incluso en sus propias opiniones, Dios se presenta como el Único que lo sabe todo. Él no consulta comités ni depende de votaciones humanas. Su mente es impenetrable para nosotros, no porque sea caprichosa, sino porque es perfecta y eterna. Cuando usted enfrenta decisiones difíciles o incertidumbres, recuerde que Dios no busca su opinión para validar Sus planes; en cambio, Él le invita a alinearse con Su voluntad, que es siempre buena y perfecta (Romanos 12:2). Esta soberanía no es distante ni opresiva; es un recordatorio amoroso de que Él cuida de Sus hijos con una sabiduría que supera cualquier entendimiento finito.


El versículo 35 profundiza en esta idea: “¿O quién le dio a Él primero, para que le fuese recompensado?” Aquí, Pablo enfatiza que Dios no es deudor de nadie. Él no recibe provisiones de las manos humanas como si dependiera de ellas. Todo lo que existe proviene de Él; nada le es dado que no sea Suyo desde el principio.


Imagine usted intentar “prestar” algo a Dios: sería como devolverle una gota de agua al océano del cual proviene. Él es el Dueño absoluto de todo. Como declara Salmos 24:1, “De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en Él habitan”. Esta realidad nos libera de la ilusión de autosuficiencia. A menudo, los hombres se enorgullecen de sus logros, pensando que contribuyen algo indispensable a Dios. Pero la Escritura nos corrige: Él es el Primero en todo, el Origen de la vida, la prosperidad y la salvación. No hay nada que usted pueda ofrecerle que no sea ya Suyo, y esto no es una limitación, sino una invitación a la gratitud y la adoración.


Finalmente, el versículo 36 culmina en una doxología gloriosa: “Porque de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas. A Él sea la gloria por los siglos. Amén.” Todo emana de Dios, se sostiene por Él y existe para Su gloria. Él es el Primero y el Mejor en todo: en poder, en amor, en justicia. No hay rival que se le compare. Esta soberanía nos convoca a una vida de rendición total. Cuando usted reconoce que Dios no necesita su consejo ni sus provisiones, encuentra libertad para servirle con gozo, sabiendo que Él lo provee todo abundantemente (Filipenses 4:19). En lugar de intentar “ayudar” a Dios, permítase ser transformado por Su gracia, viviendo para Su gloria eterna.


¿Qué implicaciones tiene esta soberanía en su vida diaria? Reflexione en cómo esta verdad puede fortalecer su fe ante las pruebas, recordándole que Dios, en Su perfección, dirige todo para bien de los que le aman (Romanos 8:28). Que esta meditación le impulse a adorar al Soberano Rey con un corazón humilde y agradecido.


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Leer: Romanos 11-13; Proverbios 10

¿Cuáles son los dones espirituales mencionados en Romanos 12?