Mostrando amor por Dios

“Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano”

1 Juan 4:20-21


En uno de sus sermones, el evangelista William Biederwolf contó la historia de un joven llamado John que vivía cerca de la costa en Escocia. Una noche un barco naufragó en una horrible tormenta, y salieron algunos voluntarios para salvar a la tripulación. Regresaron a tierra con el mensaje de que aún había un hombre ahí, pero que necesitaban a alguien que no estuviera cansado para ir. Cuando John salió a acompañarlos, su mamá le rogaba que no fuera. “Hace años tu papá murió en una tormenta en el mar. El año pasado tu hermano William fue al mar y nunca volvió. Tu eres lo único que me queda, ¿si te mueres que voy a hacer? Tu madre te ruega que te quedes”.

John rodeó su cuello con sus brazos y le dijo, “Mamá, tengo que ir. La vida de un hombre está en riesgo. Me sentiría como un cobarde si no fuera. Dios cuidará de nosotros”. El le dio un beso y brincó al barco que lo esperaba. Pasó una hora y las olas golpeaban la tierra mientras la mamá esperaba con ansias. Finalmente regresó el barco a la orilla. “¿Encontraron al hombre?” alguien preguntó. “Si”, gritó John desde atrás. “¡Díganle a mamá que es William!”

Dios nos ha llamado a una vida caracterizada por amor que sacrifica. Esta es Su naturaleza, y como Sus hijos debería de ser la nuestra también. No es posible decir que amamos a Dios si no estamos mostrando ese amor a la gente que nos rodea. Cuando damos a otros en lugar de pensar en nosotros mismos, estamos haciendo lo que Jesús hizo, y estamos viviendo la vida que Él quiere que vivamos. 


Principio de renovación de hoy: La mejor demostración del amor de Dios no se muestra en nuestras palabras si no en nuestras acciones. 


21 de octubre - LEER - Marcos 15-16


Cuando las mujeres estaban en camino para visitar la tumba de Jesús, ¿qué era su preocupación más grande (Marcos 16:3)?