Un amor que sacrifica

“Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando”

Juan 15:12-14


Maria Dyer nació en 1837 en el campo misionero en China, donde sus padres eran misioneros. Ellos murieron cuando era chica, y fue llevada de regreso a Inglaterra para ser criada por su tío. A pesar de esta pérdida, ella mantuvo el fervor por compartir el evangelio. A los dieciséis años, Maria y su hermana regresaron a China a trabajar en una escuela para niñas como misioneras. Cinco años después, se casó con Hudson Taylor, un hombre bien conocido hoy en día por su vida de ministerio, fe y sacrificio. 

El trabajo de Hudson y María fue criticado severamente, inclusive por otros cristianos. Un día, María escribió esto, “Respecto al juicio cruel del mundo y los malentendidos de los hermanos, siento que el mejor plan es continuar con nuestro trabajo y dejar que Dios justifique nuestra causa”. De sus nueve hijos, solo cuatro sobrevivieron hasta la edad adulta. María misma murió de cólera a los cuarenta y tres años. Pero creía que la causa valía la pena. En su tumba estaban inscritas estas palabras: “Para ella el vivir era Cristo, y la muerte ganancia”.


En un día en que muchos viven ensimismados y les importa más lo que pueden obtener que lo que pueden dar, necesitamos de ser renovados por un amor que sacrifique. Es el amor de Dios por nosotros que envió a Cristo a morir por nuestros pecados, y esa manera de dar amor es la que el mundo necesita desesperadamente hoy en día. Cuando amamos a Dios como debemos, nuestros intereses se desvanecen mientas lo exaltamos.


Principio de renovación de hoy: Es imposible amar a Dios y a los demás si no estamos dispuestos a sacrificar algo por ellos.


19 de octubre - LEER - Marcos 12-13


En Marcos 12, después de observar como dio su ofrenda la viuda, ¿por qué dijo Jesús que ella dio más que los demás?