Obediencia que sana
“Él entonces descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio”.
2 Reyes 5:14
Naamán era un hombre poderoso, valiente y respetado. Tenía un puesto de honra… pero tenía lepra. Esta enfermedad lo marcaba, lo debilitaba, y no podía ser ignorada. Era tan visible que la gente lo señalaba, sin importar cuán importante fuera o su rango. Su historia nos muestra una verdad profunda: todos tenemos alguna necesidad que solo Dios puede sanar.
Lo interesante es que su milagro no comenzó con una gran profecía ni una aparición del cielo, nada grandioso; sino con las palabras humildes de una joven esclava israelita. Naamán escuchó, viajó, buscó ayuda… y se encontró con una respuesta inesperada: debía bañarse siete veces en el río Jordán. Seguramente sintió que esa no era la respuesta que él quería. Todos queremos una respuesta obvia y lógica… pero no siempre es la respuesta que Dios tiene para nosotros.
En lugar de recibir una ceremonia impresionante, recibió una instrucción simple. Y eso lo ofendió. ¿Por qué Dios pediría algo tan sencillo? ¿Por qué ese río y no uno mejor? Su orgullo casi le impide recibir el milagro. La actitud de Naamán y su respuesta ante la instrucción casi le quitaron la oportunidad de ver la grandeza de Dios.
Pero fue cuando decidió ser humilde que obedeció la voz de Dios a través del profeta. Se sumergió en el Jordán, y la sanidad llegó. No solo su piel fue restaurada, también su corazón fue transformado: Naamán terminó reconociendo al Dios verdadero.
Realmente es una historia del poder de Dios. Sin embargo, podemos aprender mucho de ella. Las condiciones de las personas no importan: Dios puede usarlas. Sus limitaciones no son relevantes; Él puede obrar como quiere. La humildad permitió la obediencia, y la obediencia con humildad trajo el milagro. Pero Dios no iba a obrar si se mantenía el orgullo. Él no puede obrar cuando no tenemos el corazón correcto. Al final de la historia, el verdadero milagro fue que Naamán conoció a Dios, no solo que fue sanado, sino que Dios llegó a su vida para transformarla completamente.
Muchas veces, nuestra actitud y orgullo —que son pecado— impiden que experimentemos los milagros de Dios, y también que testifiquemos y llevemos el mensaje de Dios a otras personas, así como lo hizo la sierva esclava que Dios usó. No importan nuestras condiciones; lo que importa es cuánto estamos dispuestos a obedecer, cuánto queremos estar cerca de Dios, andando en Su obediencia.
Este día… ¿usted está experimentando los milagros de Dios? ¿Está permitiendo que el orgullo le impida obedecer lo que Dios le pide? ¿Está dispuesto a seguir instrucciones divinas, aunque parezcan simples o incómodas?
Hoy, no hay video…seguimos con los milagros de la doble porción de Eliseo.
Leer: 2 Reyes 5–8 y Proverbios 3
¿Cuándo Eliseo oró, qué miró el criado?