El agua que da vida

“Y toda alma viviente que nadare por dondequiera que entraren estos dos ríos, vivirá; y habrá muchísimos peces por haber entrado allá estas aguas, y recibirán sanidad; y vivirá todo lo que entrare en este río”.

Ezequiel 47:9


El agua es esencial para la vida. El cuerpo humano está compuesto en más del 60% por agua, y cada célula necesita de ella para funcionar. Sin agua, una persona puede sobrevivir solo unos pocos días antes de que los órganos empiecen a fallar. El agua limpia, nutre y da fuerza.


En 2010, un grupo de 33 mineros en Chile quedó atrapado a más de 600 metros bajo tierra cuando la mina en la que trabajaban se derrumbó. No tenían acceso a agua potable, y uno de los mayores peligros que enfrentaron no fue la falta de comida, sino la falta de agua. Durante los primeros días, mientras esperaban un rescate que parecía imposible, sobrevivieron bebiendo pequeñas gotas de agua que se filtraban por las paredes de la mina y el agua que lograban recoger de las máquinas de enfriamiento. Cada sorbo era precioso. Después de 17 días sin contacto con el mundo exterior, finalmente pudieron comunicarse y recibir suministros, hasta que 69 días después fueron rescatados uno por uno. Toda la nación celebró su salvación, pero lo que mantuvo sus cuerpos con vida en la oscuridad fue, sobre todo, el agua.


Ezequiel tuvo una visión de un río que fluía del templo. A donde llegaban sus aguas, todo recobraba vida. Los peces abundaban, y hasta lo estéril era transformado en fértil. El mensaje es claro: cuando la vida fluye de Dios, hay sanidad y abundancia.


Jesús tomó esta misma verdad y la aplicó a Sí mismo: “El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (Juan 7:38). Él es el agua viva que sacia la sed espiritual, restaura al cansado y da vida eterna.


En Apocalipsis 22, vemos otra visión: un río puro de agua de vida que fluye del trono de Dios, regando árboles que producen fruto y cuyas hojas son para la sanidad de las naciones. Lo que comenzó en la visión de Ezequiel encuentra su cumplimiento final en la eternidad.


Así como nuestro cuerpo necesita agua todos los días, nuestra alma necesita a Cristo constantemente. No podemos vivir de recuerdos espirituales ni de la experiencia de ayer. Debemos ir cada día a la fuente, a Su presencia, a Su Palabra, a Su Espíritu. Solo allí hay vida y sanidad verdadera.


¿De qué fuente está bebiendo su vida? ¿Del estrés, las distracciones y el esfuerzo humano, o del agua viva que Cristo ofrece?


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Leer: Ezequiel 46-48; Proverbios 11

En Ezequiel se nos habla sobre la repartición de las tierras según las tribus. Al final de la historia, ¿cómo fueron repartidas esas tierras?